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¿Carretera o ferrocarril del ámbar?

Los trenes ejercen sobre mí una influencia hipnótica, me infunden una nostalgia ligada a la tersura del papel, la fragancia del pegamento y la naftalina, derivada de cuentos infantiles, comics y novelas de vaqueros que leía con fruición, Cuando me acerco a una tienda de motivos navideños, lo que más disfruto son las réplicas de pueblitos entre montañas a los cuales, como culebras zigzagueantes, circunvalan trazados de rieles que estruendosamente recorren réplicas de locomotora a vapor.

En mis viajes al exterior siempre acostumbro visitar estaciones ferroviarias antiguas, como en 2005, cuando de la mano de la maestra de danza Norma García y su esposo Julio Suárez visité Cuba, hospedándome en su residencia de la Habana vieja, próxima a las remodelaciones de impresionantes edificios coloniales que realizaba Eusebio Leal. Fui a coordinar detalles del concierto que Pablo Milanés ofrecería en el Centro León, en el marco del Festival Artevivo. En mi primer recorrido me dirigí a la casa museo Máximo Gómez y luego, por supuesto, al parque del Museo del Ferrocarril situado en la antigua estación Cristina, construida en 1859 en el Vedado. Allí supe que Cuba había sido uno de los primeros países en construir una red ferroviaria, una década antes que España. Entre locomotoras de vapor, diésel y eléctricas, de vía ancha y estrecha, me hice la pregunta: ¿Qué pasó con los trenes en República Dominicana?

imaginemos Santo Domingo y